Llegamos a 1975 en la historia de las Hermanas de la Inmaculada Concepción de París, un momento importante en el que empiezan a vislumbrar la posibilidad de reunirse con otra congregación. Quince años más tarde este encuentro se logra cuando se fusionan con las Hijas de Jesús.
Más de un siglo transcurrió desde la fundación de la Congregación de las Hermanas de la Inmaculada Concepción de Paris. En su Capítulo realizado en mayo 1975, se empezó una reflexión frente a la situación del Instituto: ya no hay vocaciones, el promedio de edad es más y más elevado, obras importantes con menos y menos hermanas para responder a la misión. Entonces se toma una decisión de encaminarse hacia una Federación que permitiría conservar el dinamismo misionero. Este proyecto no podrá realizarse, pero el deseo de acercarse a otra congregación permanece.
Juntas en el camino
En 1983, la casa general de las Hijas de Jesús es transferida a Paris, rue d’Arras. En esta ocasión, en 1984, el consejo general de las Hijas de Jesús invita al Padre Révillon, delegado de la diócesis para la vida religiosa. Conociendo muy bien a las hermanas de la Inmaculada, él presiente que se puede considerar un intercambio entre las dos congregaciones. Es así como una relación nace y se intensifica en el transcurso de los cinco años siguientes: conocimiento mutuo, búsqueda común que permiten continuar la misión según las intuiciones de los fundadores, sin ignorar las dificultades inherentes a este recorrido.
Es en 1988, en una asamblea general, el Padre Révillon propone a las hermanas de la Inmaculada esta alegoría: “Las rosas y el jardín florecido”.
“¿Y si pidiéramos a las flores del otro jardín de acogernos?
Su tierra es buena y llena de vida.
Embellecen ellas también la casa…
Pero les hace falta nuestro perfume y nuestros colores.
Y nosotras, recibiríamos de ellas su fuerza y su vitalidad.”
La sugerencia de esta petición del Padre Révillon fue retomada por las hermanas de la Inmaculada Concepción. Fue llevada en la reflexión, la oración, los encuentros entre nuestras dos congregaciones. Desembocó en la decisión de un injerto realizado en abril 1990.
una complementariedad que da vigor
Un injerto permite añadir a una planta otra variedad o especie diferente, cada una aportando sus propias características. Con este aporte de complementariedad, se obtiene un rosal más vigoroso, más resistente, con raíces más desarrolladas. Una vez que el injerto se ha pegado, éste va a crecer y desarrollarse siendo una sola planta.
Estas características del injerto se encuentran bajo otra forma a través de los puñados de tierra de Bignan y de Paris que se mezclaron simbólicamente en el momento de la celebración de la fusión el 16 de abril 1990, un lunes de Pascua.
La Hermana Marie Lamarre, Superiora general de las hermanas de la Inmaculada expresa entonces el sentido profundo de esta nueva pertenencia mutua:
Todos juntos, en Iglesia, ¿qué vamos a celebrar?
El acto que va a unir nuestras vidas en una misma misión
para la gloria de Dios,
resultado de un largo camino entre nuestras dos congregaciones.
“Nosotras, Hermanas de la Inmaculada, pequeña célula de la Iglesia, sintiendo nuestras fuerzas disminuir, herederas de un patrimonio espiritual que no queríamos dejar que se perdiera, hicimos un llamado a la congregación de las Hijas de Jesús de Kermaria. Ricas de nuestras espiritualidades, “dones hechos a la Iglesia” para vivir de una manera particular un aspecto del misterio de Cristo, hoy tenemos la convicción profunda que la complementariedad que aportamos a través de lo vivido del misterio de la Encarnación y de la Redención, será un enriquecimiento para cada una.
Este gesto de solidaridad en Iglesia, lo ponemos también como signo profético para la vida apostólica en el mundo de hoy.”
En cuanto a la Hermana Ellen Martin, entonces superiora general de las Hijas de Jesús, ella invita a dar gracias:
“El deseo de conservar su dinamismo misionero y los años de caminar juntas a través de nuestras semejanzas y nuestras diversidades resultaron en el vínculo definitivo que nos une en el presente. Es ahora que se juega la apertura, la solidaridad, la atención a lo que hizo el pasado de las otras. ¿No tomamos conciencia de las posibilidades de enriquecimiento mutuo que se nos ofrecen? Es en la acción de gracias que continuamos a releer nuestra historia y tratamos de interpretarla a la luz de los llamados que Dios nos dirige hoy. ¿Cómo no reconocer en el acontecimiento fusión un llamado a la solidaridad?”
un sí a la vida
Algunas hermanas de la Inmaculada nos dan hoy su testimonio de este paso vivido como “un sí a la vida”:
“Viví el acto de fusión el lunes de Pascua como una vida nueva que se me ofreció. Fue un signo esplendoroso de la resurrección de Cristo ofrecido al mundo entero.” Nicole
“Mi alegría más grande fue de hacer el paso de la fusión el lunes de Pascua. Muerte y resurrección de Cristo para más vida. Descubrir la internacionalidad de las Hijas de Jesús, lo que me permitió descubrir otro país distinto al Francia.” Jocelyne
“El lunes de Pascua 1990, “el camino de Vida” tomaba un giro, es cierto, pero para continuar lo que nuestros fundadores habían emprendido… Ahora, a mi ritmo, me quedo atenta a la vida del mundo y a la vida de los cercanos. Vivir el día a día, privilegiando la vida de oración y la Palabra de Dios en mis días. De la tumba vacía, nace la esperanza, signo inaudito: “Está vivo”, una Buena Nueva.” Lucie
El camino continúa
Treinta años después, con el injerto bien establecido, las hermanas continúan su viaje juntas. Todas ellas lo emprenden acompañadas por la “Primera en el camino”, pidiéndole
Camina con nosotros María
en los caminos de esperanza
Son caminos hacia Dios,
son caminos hacia Dios.
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