El adviento es un tiempo para recordar, para expresar nuestro agradecimiento, para maravillarnos. Hacemos memoria de la espera de María viviendo en perpestiva del nacimiento de su hijo. Hacemos memoria de la fragilidad de Dios. Nos inclinamos frente al propósito de nuestro Dios. Hacemos memoria del gran amor de Dios para connosotros, sus creaturas débiles, hasta tomar nuestro cuerpo, hasta vivir entre nosotros, el tan plenamente humano y tan plenamente Dios. Hacemos memoria de lo que Dios ha prometido realisar en nosotros, sus amados/as.
Un tiempo para esperar, desear y esperanzar
El adviento es también el tiempo de la espera, del deseo, de la esperanza. Somos en espera con los más sufrientes de nuestro planeta y esperamos el día donde toda esta miseria se acabará, el día donde nos esforzaremos para tender la mano para compartir la vida con ellos y ellas que son heridos, sufren, enfermos o inválidos/as. Somos en espera del día donde toda guerra se acabará, y donde las naciones se tomarán de la mano en un gesto de unidad. Suspiramos para que se realiza la comunión y la fraternidad entre todos y todas. Esperamos y velamos con una impaciencia ardiente.
El adviento es también el tiempo donde Dios nos busca y donde buscamos a Dios. Él nos alcanza en nuestra vulnerabilidad, nuestra soledad y nos haca capaces de compartir la esperanza con un mundo sufriente. El adviento, es un tiempo de unidad con nuestro Dios portector quien vigila sobre los miles de personas en nuestro mundo que son empobrecidas, a quienes les faltan protección y refugio o que son incapaces de encontrar un lugar propio.
Un nacimiento de la paz y del amor
El adviento, es también el nacimiento de la paz. Oramos para que se terminan los conflictos y las guerras y que todas las armas destructivas se transforman en instrumentos de paz y en herramientas para producir alimentos. Es un tiempo para reparar los errores y rehacer los puentes. Durante el adviento, nuestro deseo de amar y nuestra esperanza de perdón son sanctificados por la luz que luce en las tinieblas y nos permite hacer la experiencia de la grandeza de nuestro valor y dignidad humanos.
La riqueza del tiempo del adviento parece amenudo ahogada en nuestros preparativos profanos de Navidad. En el alboroto de las decoraciones de nuestros hogares, de las compras, de las visitas y vacaciones a planificar, la potencia y la presencia de la gloria de Dios capaces de transformar todo nuestro mundo pasan demasiado desapercibidas. El adviento celebra las estaciones de nuestra vida y nos invita a compartir el amor de Dios con las personas encontradas. Una verdadera experiencia del adviento sería la realización de nuestro deseo de renovar el reino de Dios en nosotros y alrededor nuestro. Durante el adviento reconocemos con gratitud la presencia de Dios en nuestro mundo a pesar de las guerras y los conflictos. Celebramos la obra de Dios a pesar de las heridas y las tragedias de la vida. El mensaje que nos lleva el adviento es que « la salvación ha llegado hasta nosotros ».
Hermana Lucy Alexander, H.J.
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