Según las realidades de los 13 países donde las Hijas de Jesús están insertas, sus modos de presencia y sus compromisos están muy diversificados.

 

Desde los orígenes, la urgencia de responder a las necesidades del medio, cualesquiera que fueran, marcó fuertemente el proyecto del P. Noury: “una casa de piedad y de beneficencia (…) para la utilidad general, tanto espiritual como temporal, de la parroquia y de sus alrededores.” (Manuscrito 1842)

 

El campo es inmenso y se encuentran hermanas en numerosos sectores de la actividad humana, con la preocupación de estar cercanas a la vida.

 

Unas hermanas

– se dedican a la educación de los niños y a la formación de jóvenes y adultos,

– cuidan enfermos y les acompañan hasta el final de su vida,

– colaboran en acciones para una mejor repartición de los bienes y para una economía más solidaria,

– crean proyectos con socios menos favorecidos,

– son enviadas para ejercer un ministerio eclesial: catequesis, liturgia, formación,- viven en barrios populares, marginados, para simplemente “estar con”,

y se podría seguir alargando la lista…

 

 

Lo que nos une en la misión, no es tanto una actividad común como el espíritu con el cual la realizamos:

“Allí donde somos enviadas, vivimos cerca de la gente, con toda sencillez, enraizadas en un pueblo, colaborando, según nuestras posibilidades, en la promoción de todos y en el anuncio del Evangelio.” (Regla de Vida n° 15)

 

Así queremos “Honrar la Santa Humanidad del Hijo de Dios” y esto guía nuestra acción y nuestras opciones. Estamos llamadas a reconocer, en lo humano más humilde y más desfigurado, El quien “siendo de condición divina, no reivindico la igualdad con Dios, tomando la condición de servidor, llegó a ser semejante a los hombres”. (cf. Fil 2, 5-7)

 

“Nuestra meta es modesta, las obras sobresalientes no son nuestras (…) Cuidar a los desfavorecidos: allí están nuestras obras.”

(Mère Marie de Sainte Blandine, superiora general 1902)