La liturgia de Adviento nos propuso descubrir cuanto el Padre quiere nuestra felicidad y por secuencia acoger su benevolencia.
La liturgia de la Cuaresma nos invita a comprometernos y a mostrarnos «benevolentes como el Padre». Se trata de mirar a Jesús, cara del Padre, y de vivir la benevolencia a su manera, de querer como Él «pasar haciendo el bien» (Hechos 10, 38)
¿Quién de nosotros no fue marcado por una persona benevolente? Cuando lo pensamos, sentimos otra vez la alegría y la vida que esa persona provocó en nosotros.
Todos somos sensibles a las atenciones, a los pequeños gestos de acogida y de bondad.
Por la lectura espiritual, con esas marcas de amor, es fácil descubrir la benevolencia de Dios.
Podemos también ser más conscientes de la benevolencia que vivimos, estando abiertos a los demás.
Releyendo nuestro vivir llegamos a ser atentos a la bondad que se vive a nuestro alrededor y en el mundo.
Como ese valor está al acecho del bienestar de los demás se encuentra en el corazón de nuestras relaciones. La bondad sabe despertar en toda persona su capacidad de relaciones, adormecidas a veces, y abrirla a lo mejor de ella-misma. Eso fue la preocupación de Jesús en todos sus encuentros. Un buen ejemplo nos es dado en el episodio de Zaqueo, y cuantos otros como él experimentaron la alegría de la salvación en las actitudes de benevolencia de Jesús.
En nuestra historia vemos a María de San Carlos teniendo la preocupación de la benevolencia como un signo significativo del carisma Hijas de Jesús. A menudo en sus cartas o en sus escritos personales, ella habla de la caridad.
La carta del 10 de Agosto de 1874 lo menciona:»...renovarme en la caridad, una caridad tierna, cordial, llena de dulzura y de compasión».
¿No es una manera de vivir la benevolencia a la manera de Jesús y de «pasar haciendo el bien como Él?
Denise Héroux, h.j.
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